Wednesday, May 17, 2006


Capítulo XIX

DE VUELTA A CASA
Las cinco mujeres



Llegamos agotados al hotel León, cerca de la Plaza Catalunya, pero nuestro viaje estaba completo. Las pirámides de Egipto, un crucero por el Nilo, el museo del Cairo, la ciudad de El Cairo, las ciudades de Italia: Roma, el Vaticano, Pompeya y su historia, Milán, Florencia y Verona con su belleza y poesía, Venecia húmeda y mágica, los Alpes y los Apeninos, Barcelona y las obras de Gaudí y por último el museo de Dalí ( miro hacia el horizonte asintiendo con la cabeza, los ojos achinaditos en son de logro extremo y con música de fondo tipo fanfarria celestial).

Pero mi madre, todavía insatisfecha me dijo: como nos vamos a perder una presentación de flamenco (es sabido que Barcelona no es el mejor lugar para ver este tipo de espectáculos, pero es España también, y para los gringos hay de todo obviamente espectáculos para que ellos se empapen del flamenco).

Estaba claro que era algo “imperdible”. Así que fuimos a un teatro ubicado en la Rambla, a ver un espectáculo de opera y flamenco.
En el teatro, aparecía en escena un guatón que cantaba: Granaaaada!! y luego unos bailaores zapateaban 10 minutos, luego una mujer que cantaba: “la española cuando besa… y olé, …es que besa de verdad”!... y nuevamente los bailaores y así nos fuimos una hora y media.
He visto mejores espectáculos en mi país, pero entiendo que este es un paquete hecho para que los turistas reciban lo que querían ver y escuchar, algo así como un barniz de lo clásico, no la esencia sino lo que todos conocen. Mi mamá tuvo lo que quería y nuestro viaje llegaba a su final.
Preparados con nuestras maletas salimos hacia el aeropuerto de Barcelona a las 14.00 horas, medios nerviosos y con algún sobrepeso en las maletas. La lluvia comenzaba a bañar la ciudad y el invierno se hacía presente con más evidencia en las temperaturas. Dejábamos Europa comenzando a enfriarse y volvíamos a Chile en pleno verano, mucho mejor arribo sería para nosotros llegar a un país luminoso luego de haber paseado por el viejo continente cada vez más oscuro.
El avión se retrazó por la intensidad de la lluvia y se presagiaba mucha turbulencia. El vuelo hasta Frankfurt tuvo tanta turbulencia producto de la lluvia, que a veces pensábamos que en vez de avión habíamos tomado un barco (terminamos como “batido” de turistas).
Una mujer de pelo negro y esculpida figura se sentó a mi lado, se veía nerviosa por el clima. Haciendo uso de mi ingles atarzanado le pregunté: “is raining very much”?
Ella me miró y me dijo “I don`t speack english”, mientras se aferraba con sus largas uñas al apoyo del asiento. Sus labios carnudos y apretados evidenciaban los vacíos de cada caída del avión.
Mi madre se reía con la confianza de tener ocho vuelos en el cuerpo. Yo pensaba: se cree la muerte por que ahora es una mujer súper viajada, era como si hubiese tomado un curso intensivo de insensibilidad a los riesgos.
Era el regalo de mi madre, como muchos que me hizo en la vida, pensaba mientras la señora a mi lado se hundía tensa en la butaca.
Desde niños mi vieja nos observaba y sacaba sus conclusiones: este va a ser bueno para el dibujo y nos metió a estudiar dibujo. Este va a ser bueno para tocar guitarra y mi hermano tocó guitarra, serán buenos para bailar y casi todos bailamos Ballet Ruso, flamenco y salsa. Mi vieja con sus pocas monedas llevó a mis hermanas a Miami, y me invito a Egipto y Europa con el premio de una jubilación que se la peleó a la Contraloría General de la República, casi hasta quedar más enferma de lo que estaba. En algún momento antes de tirar la esponja y decir: que mas da recibiré una jubilación miserable. Resistió la presión, se hizo asesorar y logró lo que se merecía (que obviamente es mucho menos pero que va). A las dos semanas decidió que si no gastaba ese dinero en un viaje a Europa, nunca en su vida lo haría.
Ella contaba que al estudiar en la Universidad Católica, la mayoría de sus compañeras ya había viajado a Europa y que tuvo que vivir siempre con el estigma de ser como una provinciana habiendo sacado un título profesional y educado a cuatro niños. El costo sería dejarlo todo por ellos. Hoy día había cumplido su sueño y me llevaba a mí de testigo.
Desde que salí del colegio vi a mi madre cada vez menos, luego cuando decidieron separarse con mi padre, los vi menos aun.
No podría decir que soy muy apegado a mis padres, más bien he sido un hijo que siempre ha llegado de visita, sin embargo cuando nos tocó vivir esta travesía juntos, veía el sentido que tenía todo este viaje, pese a que mi madre, en el colmo de sus cansancios me dijera que estaba arrepentida de que viniera con ella (ah!, mujeres, pero bueno fui educado por cinco de ellas) entendí que antes, en el inicio de su matrimonio comenzamos nuestro viaje de madre e hijo, nuestro contacto de ombligo y placenta, placentero abastecimiento de leche y cariño.
Fui su primera gran experiencia como madre y la brújula que cambió su vida para siempre, quizás la piedra de tope que le impidió viajar y ahora el apoyo con el cual dio su gran salto por sobre sus temores y limitantes.

Pareciera ser que la vida nos hace dar vueltas para reconocer que probablemente lo que en un momento nos detiene es justamente lo que luego nos da impulso, o lo que hace perder el sentido, mañana nos hace recobrarlo con más fuerza.
Mientras pensaba, mi madre me escuchaba murmurar y me preguntó por esas cinco mujeres que me habían educado. Le respondí que era algo simbólico pero que: la primera era mi madre y me enseñó a amar a los hijos y a no perdonar los errores de mi padre; la segunda era mi abuela, que me enseñó a amar a la familia y a desconfiar de todos los que no la conforman; la tercera fue mi pareja quien me enseñó a abandonarme en ella; la cuarta fue mi hija que me enseñó a que se puede amar a una mujer aun más intensamente sin desearla y la quinta fue mi amante pues me enseñó a amarme verdaderamente. Mi mamá saltó del asiento mirándome con los ojos desorbitados:
- Qué!!, tienes una amante?!!!
- No mamá. Por eso te dije que era algo simbólico, era para mostrar los cinco roles con que somos rodeados los hombres a mi parecer.
- No me gustó nada tu ejemplo, replicó.
- Bueno si quieres vivir tensa como la señora que tenemos al lado, puedes tomártelo todo a pecho, pero piénsalo bien:

La quinta mujer podría haber sido cualquiera de las cuatro anteriores, lo puede estar siendo mi mujer. Tú o mi abuela lo pueden haber sido. Mi hija quizás lo puede llegar a ser. Todo depende del punto de vista, del papel que te corresponda ocupar en la vida y del momento en que vivas.
Mi mamá se rió y siguió leyendo como de costumbre. A mi lado yacía en estado de bulto la esbelta y curvilínea señora alemana ya un poco más tranquila.

Llegábamos a Frankfurt con un retraso de una hora y media y a penas bajamos del avión la gente comenzó a correr hacia el otro Gate buscando el vuelo de combinación. Al parecer estábamos a punto de perder el avión o ya lo habíamos perdido. Al llegar al Gate, nos encontramos con un tropel de gente mirando para todos lados buscando explicaciones, perdón, buscando alguien que les pueda explicar, por que nadie decía mucho en ese aeropuerto gigantesco, lleno de gente, direcciones y destinos.
Unos portugueses comentaban que al parecer debíamos quedarnos en Frankfurt. Yo pensé: Cagamos!. Peor aun, por los altoparlantes escuché: “Sr. Frederico Olivera”, con un acento alemán. Partí medio derrotado al mesón asumiendo que no habría más remedio que quedarse como fuera y en donde fuera. Al llegar le digo al Sr. que he sido llamado por los altoparlantes y le muestro mi pasaje.
- No es Usted señor.
- ¿Cómo, si escuché mi nombre?
- No, es el Sr. “Eurico” Olivera, quien se encuentra ahí.
- Miré a mi lado y vi a un portugués de barba, que sonrió confirmando lo que me habían dicho.
- Le extendí la mano y le dije, así que somos parientes eh!.
- “Si, mucho gusto”, asintió con la cabeza.
Me retiré sonriente por el humor de aquel caballero y porque todavía enfilábamos rumbo a Santiago sin perder el vuelo.
Solo quedaban diez y siete horas de vuelo para llegar a nuestro país y la ansiedad de llegar se nos juntaba con pena del término de un viaje maravilloso.
El viaje de vuelta fue un calco de lo que vivimos de ida, solo que al llegar al continente americano pudimos ver el gran cordón montañoso de la Cordillera de los Andes y comprobar que los Apeninos o los Alpes son montes de barrio comparados con Los Andes.
La sensación de volver a la casa, a lo que uno denomina o entiende por su lugar, su gente, su barrio es muy fuerte y solo se siente si uno sale hacia el extranjero, permanece y añora volver.
Recordaba cuando estaba pagando la entrada a la casa Batlló y la cajera con un tono español me dice “vos sois chileno” y con extrañeza le pregunté como se había dado cuenta. Inmediatamente desapareció su tono y me lo dijo:
- “soy chilena”, con tristeza y añoranza me dijo: “pero ya deseo volver a mi país”.

Mi mamá con un tono de quien lucha por la independencia le dijo: “serás bienvenida”.
Será Bienvenida?, de seguro olvidaríamos su rostro al salir del museo, pero bueno, uno se emociona al encontrarse con otro chileno sea donde sea, mientras no te lo topes a la salida del estadio o en un callejón oscuro.

Llegábamos al aeropuerto de Santiago, Comodoro Arturo Merino Benítez, y en la aduana, para confirmar nuestros miedos, algo ocurrió.
Yo traía envuelta en una bolsa, con sospechosa apariencia, arena del desierto de Egipto (lo encontré tan simbólico), pero el paquete tenía una apariencia al de los que salen en la televisión como muestras de pasta base confiscada. Mi vieja traía una placa de piedra de dos kilos de peso, más cachureos por doquier.
Nos detuvieron y pidieron abrir su maleta. Me preguntaron por ese extraño paquete que tenía apariencia de pantalla de noteboock. Les dije que era una placa de piedra que mi madre había comprado en las canteras del valle de los reyes en Egipto, la vieron y salimos de ahí.
Entre el perro cocalero que nos olía por todas partes, las policía Internacional, aduana y el SAG, nos sentíamos como traficantes. La gente se quejaba por las medidas de seguridad. En EEUU detonan una bomba y nosotros al día siguiente estamos revisando los bolsos, como si tuviéramos los mismos intereses, el mismo poder y los mismos enemigos. Somos como el hermano chico, ese que mientras ve que el hermano mayor juega fútbol en un equipo de liga, golpea una pelota de papel de diario para ser como él. Me gustaría imitar las ganas con las que se creen su juego.

Por un momento y después de pasar por todos los controles, las manos de la muchedumbre se agolpaban mostrando papeles como en todos lados, con un nombre o un destino. El tiempo volvió a detenerse y un silencio envolvió mi mirada. Buscaba unos ojitos que de pronto se asomaron detrás de unas personas. Era Jazmín, mi hijita de seis años y más atrás Andrea, mi pareja. Tragué saliva emocionado por nuestro reencuentro, ellas corrían como locas buscando un espacio entre tanta gente. Me parecía un pequeño milagro, el de encontrar cuatro brazos cariñosos de dos mujercitas, entre tanto mundo anónimo y ocupado en sus destinos.
Pese a todo sabía que no podía olvidárseme que estábamos en Chile y que un descuido significa quedarse abrazado a mis mujeres pero sin maletas, así que solo me tranquilicé hasta que subimos a un transfer y volvimos a casa.
Un viaje dentro de otro mayor estaba por culminar y explorando en mi corazón sentía lo mismo que uno experimenta cuando una canción que le gusta está por terminar, quieres que no termine pero deseas escuchar el final.

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