Thursday, May 18, 2006


Capitulo XVII

UNA NOCHE DE SALSA


Faltaban muchas obras más de mi admirado arquitecto pero estaba tan cansado que ya no tenía ganas de fotografiar más edificios, me sentía como un pintor de naturalezas muertas, quería más vida, conocer a los catalanes, saber lo que pensaban, como vivían. Solo me habían dicho que eran distantes y mucho menos cariñosos que los españoles del sur.
Me comuniqué con una amiga de mi hermano que vivía en Barcelona y luego de unos telefonazos logramos juntarnos en la plaza Catalunya.
Nos reunimos en un café a conversar junto a mi madre y a su tía. Me sentaba viendo sus sonrisas brillar en el marco de sus rostros mulatos, que para una cafetería tan cosmopolita, situada en el centro de Barcelona, no era novedad alguna. Viviana nos relataba algunos pasajes de su vida y de cómo había llegado hasta ahí sin ningún euro en los bolsillos y de cómo había surgido junto a su novio catalán.
Mi vieja comentaba pormenores de nuestro viaje por Egipto y su tía intervenía con fragmentos de la revolución cubana. Totalmente fuera de contexto pero le daba un gustito a exilio, que me hacía sentir medio clandestino.
Le propuse a Vivi que fuéramos en la noche a bailar salsa junto con su novio y de esa manera yo podría conocer gente viva y transpirada. Aceptó la invitación, sin embargo luego le dijo a su novio que fuera con migo pues ella se sentía agotada. Para mí, quien fuera que viniera, era mi puerta hacia el corazón de Barcelona.

En la noche me llamó al celular un catalán con voz gastada como casi todos los que escuché:
-“Hola… Federico?..puez soy Mario, novio ve Vivi. Voy a pasar por voz como a las 11 a tu hotel, esperádme en el acceso”.
- Ok, respondí y salí del hotel.
Cuando llegó me miró de pies a cabeza y me dijo: “Bueno, no esh por nada pero debeis cambiaros un poco”. Haciendo ademanes con las manos tratando de definir algo en el aire.
“Mirá, que aquí los latinos son bastante pretenciosos y puede que no os dejen entrar si vais muy deportivo eh!”.

- Yo, como soy salsero de años, traía mi tenida preparada, así que le dije: no hay problema, te entiendo perfectamente, subo y en dos minutos estoy de vuelta. Rajé a mi cuarto, saqué mis botas de huaso, mis jeans gastados y mi camisa negra arrugada, era la mezcla top que uso solo para matar (Bueno, matar es un decir, pues si logré algo con la camisita fue que no me dejaran afuera). Salí nuevamente, él asintió con la cabeza y con un leve guiño en los labios mostrando su sorpresa por la rapidez y la precisión del vestuario me dijo: “Puez ahí si, ahora si podeis ir a ligar”. (ligar?, chucha parece que el catalán me tenía preparadas unas cuantas sorpresas. Mientras no fuera con él, todo estaría dentro de los parámetros normales del buen comportamiento salsero. (“Buen comportamiento”, también es un decir, pues a las catalanas les repulsa mucho ser tratadas como sexo débil. Ni que las vayas a dejar, ni que les des el asiento ni que nada, si te acercas te acercas y ya).

Al llegar a la entrada de la salsoteca estaban los infaltables negros con cara de perro (pensé que solo era en EEUU, pero los usan en todas partes del mundo), con los cuales Mario dialogó y logramos entrar sin mayor trámite. Yo saludaba como Jackie Chang en USA (con esa sonrisa media huevona de quien viene recién llegando), obviamente los negros ni me miraron.

Entramos y me sentí igual que cuando un gringo llega a Rusia y se mete a un Mc`Donals…en casa por fin!. Sabía que eran personas que no conocía, suecas, catalanas, mulatas, francesas, etc. Un paisaje parecido al que acostumbro a ver en las salsotecas de mi país pero todo multiplicado por tres; la gente, los espacios, la belleza y las ganas.
Mario me presentó a alguno de sus amigos, a los cuales los unía la mirada de buitres sobre el paisaje fémino. Eran de esos tipos que mientras les hablas le ves los ojos deambular entre cuerpos y voluptuosidades que difícilmente les permite escucharte, pero que para rematar son pésimos actores al momento de asentir con la cabeza simulando haberte entendido.
Me preguntaba, este lenguaje lo conozco, estas miradas las he visto, la energía era muy familiar, así que solo tenía que ponerme a bailar.
Debo haber bailado 3 horas seguidas con 10 mujeres distintas y en cada intermedio estos “amigotes” me preguntaban como me había ido, si había “ligado con alguien”, yo solo pude bailar y disfrutar de distintos cuerpos, miradas, sonrisas, movimientos, vueltas y pasos. Creo que ligar o enganchar con alguien no tenía cupo en mi agenda, sentía que me liberaba de toda esa tensión acumulada, por la sed de compartir luego de haber fotografiando toneladas de piedra, alabastros y areniscas. Difícilmente iba a poder hablar mucho en un lugar tan ruidoso, pero fue un momento genial.
La atmósfera, si la pudiera describir desde las mujeres que vi, sería así: A la negra la animaban sus amigas mientras yo levantaba mis manos lo más alto que podía por que me aventajaba por 8 centímetros por lo menos. Luego la fina catalana reía mientras le giraba. La sueca de pelo corto era enérgica, rápida en sus movimientos y gustaba de la salsa casino. La música estaba genial, de descarga como dicen los cubanos, muy buena. Y yo me sentía flotar en un mar de gente, entre infinitas direcciones; de destinos, miradas, sonrisas y tribu. Era como estar en Zion (la ciudad escondida de la película Matrix). La sensualidad de las figuras femeninas, miradas que se cruzan; algunas indiferentes, otras al encuentro para terminar en danza de sexos, enfrentados uno al otro, separados solo por delgadas prendas que se mojan al son del sudor y la música. El alcohol hace su parte y los labios brillan en la penumbra, construida por el artificio de luces y cigarros. Ritmos candentes, calientes, transitan por la carne componiendo figuras en movimiento, trasladándose de mujer en mujer, acariciando mi ego como musas griegas en el prado de mis pasiones. ¿Es, acaso, necesaria una relación sexual, si puedo sentir todo esto bailando?. Todo depende, lamentablemente (no todo es poesía), de la resistencia al periodo de abstinencia, que para mí, todavía era soportable.
De vuelta al hotel rematé con una caminata solo por la noche Barcelonesa y entre adolescentes borrachos, muchachos en motocicletas, niñas en bicicleta a las 4 de la mañana como si nada, descansé mi ansiedad protegido por el manto de una noche de otoño, en un lugar tan cercano en mis historias de estudiante pero tan lejano geográficamente. Hoy cumplía, despierto, mi gran sueño. Hoy era el momento de negociar con Dios y con el Diablo, porque pagar todo lo vivido me parecía imposible.

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