Thursday, May 18, 2006


VIAJE A ESPAÑA

Capítulo XV

BARCELONA
La personalidad de una ciudad

Desde que estaba en la universidad desee este momento, estar en Barcelona y descubrir entre sus calles las obras de Gaudí.
Europa se adentraba en el invierno, la lluvia no se hizo esperar y de los cuatro días que estuvimos, dos de ellos nos llovió a chuzo.
Barcelona es una ciudad puerto, extensa y equilibrada respecto del turismo, todo está dispuesto para ser recorrido y contemplado. Pues a diferencia de las ciudades de Italia, esta se encuentra más organizada.
Los taxistas, por ejemplo, poseen autos del año, no pueden dejar pasar más de cuatro sin renovar su vehículo, pues luego de ese tiempo, comienzan a requerir más permisos y revisiones que estropean el negocio. Las propinas están estandarizadas al igual que cargar con maletas. Aunque por muy organizados que estén los taxistas, creo que no existe ninguno que no sucumba al deseo de pasear a algún turista despistado por toda la ciudad buscando una calle que se encontraba a la vuelta de la esquina.
Mamá ya venía cansada de tantos viajes e insistía en querer bajarse a visitar los hermosos lugares por los cuales pasábamos raudos, buscando llegar en dos días a España, y en más de alguna ocasión me dijo que deseaba volver.
Parece ser que aunque el mundo se abra a tus pies, la tranquilidad de tu casa será siempre un paraíso difícil de superar. Hay palabras que el cansancio deforma irónicamente y las vuelca sobre la mesa sin importar sus repercusiones.
Mi vieja dijo en uno de esos días mientras almorzábamos: “no se por qué vine contigo” (la invitación legendaria había pasado al olvido. Ni hablar de las señales de la madre y el hijo). Yo me limitaba a pensar que era el cansancio. Sería aquel un rebalse de las tensiones del viaje? pasándonos la cuenta por el esfuerzo hecho durante dos semanas y media?,o sería una dramática conclusión forjada por una convivencia extrema entre parientes cercanos?
Tuvimos que resolver el traspié durante una esquiva conversación en una cena por algún restaurante del “paseo da Gracia” :

- ¿A qué se debió el hecho que me dijeras que no sabías por qué me habías traído?.
- Porque yo también necesito que me hagan cariño!, Mamá respondía incómoda.
- A que te refieres con eso?
- Tu tratabas a la gente con mucho afecto y yo soy tu madre!. Quiero un beso de buenos días como los que yo te daba cuando eras chico.
- Pero mamá, desde cuando que no hacemos eso? Serán veinte años por lo menos.
- Pero nunca es tarde. Me siento sola pese a que vamos juntos.
- Aquellas declaraciones ya comenzaban a calar en mí y estimulaban los recuerdos de infancia, el sabor del cobijo, la frescura que tenía mi madre cuando era joven y yo un niño. Con treinta años más en el cuerpo, ambos recorríamos el mundo solo con el currículum de haber nacido madre e hijo, pero nos faltaba el cariño de ser un trozo de familia circulando por Europa, un conjunto de dos miradas entre miradas ajenas que buscan belleza en las cosas y no amor en las personas.
Decidimos armonizar el viaje y dejar atrás el desamor de los trayectos apresurados e intentamos reinventar un saludo matinal para los días que nos quedaban.

A esas alturas, la noche nos hacia observar las luces de la ciudad cambiando el rumbo de nuestra conversación a temas vinculados con lo novedoso del paseo de “la Rambla”.

La Rambla es un paseo peatonal que se inicia en la Plaza Catalunya y baja en diagonal hasta el puerto. Cubriendo así un tramo de quince cuadras irregulares, comunica a diferentes centros comerciales y en el trayecto uno se topa con esculturas humanas, algunas muy originarles, kioscos de postales y oficinas de información, en una de las cuales compramos un ticket para dos días con el cual recorrimos la ciudad en base a dos tours dentro de una línea de autobuses con cabina descubierta, que te permiten conocer la ciudad y bajarte en los puntos de interés, subiéndote posteriormente, al bus siguiente y de esa manera recorrer la ciudad casi en su totalidad.
Un detalle curioso fue que al comenzar a llover, la mayoría de las personas bajaba al primer piso del bus para resguardarse de la lluvia y el frío, sin embargo, al subir por pura curiosidad, mientras llovía a cantaros, habían unos cuantos gringos apostados en sus asientos, empapados enteros pero como si no pasara nada. Miraban el paisaje urbano con total tranquilidad. Bajé nuevamente pensando por qué lo hacían. Probablemente, para ellos este clima seguía siendo agradable si es que venían de Alemania, Inglaterra de Suecia o Suiza, quien sabe. Pero la imagen de verlos empapados como ovejitas blancas, sus venitas rojas en las mejillas y los lentes medios empañados, me quedó dando vueltas casi todo el trayecto.

La ciudad me pareció atractiva por lo cosmopolita de su fauna urbana. Contrastaba con la opinión que me dio un taxista que sostenía que habían dos clase de turistas: los que sacan fotos y los que se emborrachan y gritan en la Rambla. Se refería a los jóvenes alemanes o ingleses que hacen explotar sus hormonas con drogas y alcohol.
Para mi ya estaba bien ver a personas parecidas a nosotros y hablando en español, pese a que el cincuenta por ciento lo escuchábamos por ahí en catalán. De todos modos me encanta ese tonito que suena como si todo rimara y las frases fueran con nombre y apellido.

Si miras un plano de la ciudad aprecias tantos hitos importantes que crees que fue pensada para ser visitada. Es como si todo fuera un gran living, ese lugar que siempre reluce para las visitas. Aquí cada obra busca sorprender. Desde lo viejo, como el barrio gótico que representa el casco antiguo de la ciudad, cuando era dominio del imperio romano. O su catedral gótica, las pequeñas callejuelas y algunos restos de la muralla que protegía el viejo enclave, hasta lo moderno como las dos torres de la villa olímpica o la torre Agbar, “el supositorio” como le dice la gente debido a su insinuante forma de bala.

Las obras posibles de visitar son interminables, sin embargo mi misión estaba centrada en visitar las obras del arquitecto que más me sorprendió en mis años de universidad, Antoni Gaudí.

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